Un, dos, tres…

¿Quien es el nuevo?– Pregunto Chinorri –No sé– Respondió el Gambas –pero va a pillar de lleno-.

Una mañana de noviembre llego Rondoni al colegio, su llegada significó para los «pringaos» de la escuela una liberación. Los niños son simples, fijaos sino en esos bebes a los que ponen un móvil de colorines encima de la cuna, se quedan hipnotizados con él. Todos los abusones del cole eran así, bebes hipnotizados por la presencia de Rondoni, ya no tenían ojos para nadie más. Ya podía pasar a su lado el Conesa con sus aparatos en los dientes, o el Rodri completamente calvo, lo máximo que se llevaban era una colleja y unas risas sin ganas. Rondoni con su aspecto de tentetieso, su jersey Lacoste, sus náuticos sin calcetines y su cartera de cuero marrón era una provocación con patas

Pero los profesores eran otra cosa, eran profesionales de la humillación y no les bastaba con uno solo, aunque fuera alguien como Rondoni. Ellos eran demócratas y tenían para todos. Entre los alumnos corría la leyenda que todos profesores del colegio llegaban a través de sanciones y castigos, expulsados de sus colegios de origen, enviados de sus paraísos al purgatorio. Los alumnos no sabían si era verdad, pero estaban seguros que la mala leche que gastaban tenía que venir de algún sitio.

En la escuela existía la liga del dolor, en ella puntuaban al profesor más hijo de puta, el que provocaba más daño. Estos eran los tres primeros clasificados y sus métodos de actuación explicados por sus sufridos alumnos.

El Gambas tenía especial predilección por don Romero.

Gambas
«El Gambas» Venga aquí señor Morales, qué prefiere usted ¿una lavadora o un televisor en color?

«Don Romero era un viejo que tenía más de cincuenta años. Siempre venia al cole con traje y corbata. Cuando entrabas en clase él ya estaba allí, era de los pocos que llegaba a su hora, no recuerdo entrar en la clase y no verlo sentado detrás de su mesa con su cara de sapo. Nos llamaba a todos de usted y nos obligaba a tratarle de la misma manera. Nadie podía hablar en clase sin levantar la mano, nunca, sin excusa. Hubo una vez que justo delante de clase atropellaron a un viejo, el Marqués que estaba mirando por la ventana y vio en directo el accidente gritó ¡joder, vaya hostia! Don Romero dejó inmediatamente la tiza con la que escribía en la repisa de la pizarra, se limpió las manos con el trapo que tenía en la mesa para quitarse el yeso, caminó poco a poco hasta el pupitre y sin decir ni media palabra le soltó un capón en la cabeza que hizo que el Marqués , que en ese momento seguía mirando atontado el accidente, cayera al suelo frotándose la cabeza como un loco. Sin mirar al Marqués que lloraba en el suelo, dio media vuelta, volvió a la pizarra, cogió la tiza y continuó escribiendo la frase que había dejado a medias.»

Este era el “modus operandi” de don Romero, el capón en la coronilla. Pero para estar bien clasificado en la liga era necesario poner un toque personal, eso que hace que destaques sobre los demás y seas la estrella del equipo. «El cabrón hacia sobresalir unos centímetros el nudillo del dedo de en medio del resto, así conseguía que doliera más, como si te clavaran un palo en la cabeza«.

También era importante la puesta en escena y en eso don Romero era el mejor. «A el le gustaba mucho el Un, dos, tres, responda otra vez. Yo me lo imaginaba en casa los sábados por la noche solo, porque un mierda cómo ese sólo podía estar solo, viendo a Mayra Gomez Kemp repartiendo premios que él nunca podría tener. Sentado con su traje y su corbata en una mecedora delante de la tele, escuchando a Bigote Arrocet diciéndole a Mayra “Doña Mayru cha cha cha, Mayru cha cha cha, ¡que linda es!” mientras se hacia una paja al ver las piernas de las secretarias de refilón. Quizás por eso, al llegar a clase nos daba a nosotros lo premios que él no podía tener, quizás por eso, veías crecer un bulto sospechoso en la pernera de su pantalón mientras te decía –Venga aquí señor Morales, qué prefiere usted ¿una lavadora o un televisor en color Y según tu respuesta, tenias tu premio. Se supone que la lavadora debía doler menos que la televisión en color, pero no siempre era así, nunca conocías la potencia del capón, excepto cuando te tocaba el premio gordo -Morales, le ha tocado el apartamento- entonces sí que se parecía al Un, dos, tres, la gente lloraba antes que le dieran el premio.»

El segundo en la clasificación según el Pecas era el señor Jurado.

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«El Pecas» ¡Yo le voy a preparar para asumir sus responsabilidades! ¡En mi clase quiero hombres, no maricones!

También pertenecía al club de los viejos, «dicen que es mayor que don Romero aunque no lo parece, por lo que dicen el viejo se tendría que haber jubilado ya. Siempre lleva una bata blanca y en el cajón de su mesa tiene un palo redondo de cincuenta centímetros de largo y tres de ancho, se lo medimos en un descuido«. El señor Jurado era serio, seco, avinagrado, no dejaba lugar al humor. «Don Romero es un cabrón, pero con las teles en color te hacía reír, cuando tú no eras su víctima, pero este no tiene ni pizca de gracia«. No pasaba del metro sesenta y su cuerpo chaparro estaba coronado por un cabezón afeitado. En sus clases de naturales reinaba un silencio tenso. «Él no da clase, él te hace estudiar. Cuando entra en clase todo el mundo tiene que estar sentado y en silencio, si alguien esta fuera de su sitio o hablando, le llama con su voz de pito -Martínez, acérquese-. Mientras Martínez (o la víctima que toca) se acerca, él se agacha, coge del segundo cajón su palo y espera con las manos cruzadas a la espalda. En ese momento ves cómo el palo asoma por detrás de su cuerpo de botijo moviéndose arriba y abajo, arriba y abajo… Cuando llegas delante de su mesa, has de plantarte completamente recto, firme y poner la mano con la palma abierta hacia arriba, entonces el señor Jurado levanta la vara y te da un golpe seco, rápido. Si lo haces bien, hay acaba todo, pero si se te ocurre apartar la mano, o llorar después del golpe, es cuando te cagas.

-¡Usted es una niña!- -¡No tiene huevos de aguantar su castigo! ¡Vuelva a pone la mano!- y mientras te grita, prepara el palo para volverte a meter– ¡Yo le voy a preparar para asumir sus responsabilidades! ¡En mi clase quiero hombres, no maricones!

Y claro, acabas poniendo la mano, y entonces te caen dos, tres, cuatro golpes, hasta que se cansa. Sabias los que habían pasado por su clase porque tenían más de un dedo torcido«.

Pero como explicaba el Chino, el número uno era Lalín.

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«El Chino» ¿Cómo está la chavalería?

Lalín era hijo del director, el señor Furió. Se dedicaba a estar en las clases de estudio cubriendo la baja de algún profesor, aunque todos creíamos que no era maestro.

«No debía tener ni treinta años y siempre iba de colega con todos ¿Cómo está la chavalería? Preguntaba cuándo entraba en clase, e inmediatamente nos decía, -venga, que hoy en vez de estudiar vamos a hacer olimpiadas-«. Las olimpiadas consistían en hacer una serie de juegos con un denominador común, alguien acababa llorando.

«Una de las pruebas eran las flexiones de la muerte. Nos ponía de dos en dos, frente a frente, estirados en el suelo y levantando el cuerpo con los brazos, ganaba quien hacia caer al otro dándole un golpe en el brazo. Ni que decir tiene que el que caía al suelo siempre recibía alguna ostia de más, ya que al cabrón de Lalín no le gustaban los combates igualados y siempre ponía a competir a uno de los matones de clase con un pringao«. Otra de las pruebas era “la mosca asesina”, «uno de los pringaos de la clase, tenía que ponerse dentro de un círculo, y cuando Lalín contaba hasta tres intentar descubrir quien le daba una colleja«. Ese juego se convertía en una masacre, «empezaban a caer ostias por todos lados y el pobre pringado acababa en el suelo sin poder decir un solo nombre«. Otro clásico eran las manos bofeteras, supongo que todo el mundo ha jugado alguna vez a poner las dos manos encima de las manos del contrincante e intentar esquivar cuando intenta golpeártelas, pero en el cole se le añadía un matiz ideado por Lalín para hacerlo más interesante, cuando uno de los dos jugadores fallaba el golpe, no solamente le tocaba poner las manos encima de las del contrario para intentar esquivar el golpe, además debía recibir una bofetada en la cara.  «Cuando en una de las luchas de las manos bofeteras participaba un pringao las ostias se escuchaban en el patio, con el agravante que cuando el pringao ganaba y había de dar la bofetada, solo podía hacer una leve caricia al otro si no quería tener problemas a la salida«.

Esta era la diversión de Lalín, su Nerón particular. Como en Quo Vadis montaba su propio circo romano en clase y tenía sus cristianos particulares. «Disfrutaba con el sufrimiento, con los llantos, con la humillación, pero además era un cobarde,nunca le vimos meterse con uno de los que importan, sus burlas iban siempre a los más débiles. Por esa razón, por cobarde, el cabrón de Lalín es el numero uno de la lista«.

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