¿No os ha pasado nunca intentar leer algo y que las letras se muevan? Yo estoy así, intentando que las letras se detengan.
Estoy sentado en una silla, con el periódico encima de la mesa intentando entender el texto impreso en el papel, necesito saber lo que leo, aunque no me importe. Debo hacer tiempo mientras espero.
Cada poco tiempo miro el reloj que tengo encima del televisor, las agujas no se mueven, o quizás sí, todo es demasiado confuso. En la mesa hay una lata de cerveza abierta, un cigarrillo que se consume en el cenicero y un bolígrafo. El bolígrafo ha subrayado un anuncio, creo que fue otro quien lo subrallo, no sé si la acción fue mía.
Oigo el timbre del telefonillo, es posible que lleve tiempo sonando. Observo cómo me levanto a contestar, –hola…, pasa–. Me siento de nuevo en la silla y miro la puerta de entrada a mi casa, no la he abierto. El sonido del timbre interrumpe mi estudio de la puerta. Vuelve a sonar el timbre. Al tercer timbrazo me levanto a abrir.
Estamos frente a frente. En un lado yo, visto tejanos, una camiseta con una mancha en la manga producto de una bebida derramada horas antes, zapatillas de andar por casa y tengo el cuerpo ligeramente curvado hacia el lado derecho. Al otro ella, viste falda corta, muy corta, medias de malla, camisa blanca limpia aunque gastada y un bolso pequeño, ridículamente pequeño. Ella dice hola con un inequívoco acento del este, yo le contesto –hola– balbuceando, de forma casi inaudible. Voy a darle dos besos en la cara, ella se queda quieta, a medio camino entre aceptarlos y rechazarlos, decido no dárselos. Le franqueo la entrada. Mi piso es grande, pero tiene el techo muy bajo, es el altillo de una tienda. Cuando entre a vivir agachaba la cabeza instintivamente al cruzar las puertas. Vuelvo a la escena, quiero ver qué pasa.
Veo como mi cuerpo sufre un pequeño balanceo mientras ella me habla, entiendo frases sueltas; –¿cómo estás cariño? ¿cómo te llamas? que casa más bonita… – Frases hechas que ha debido utilizar infinidad de veces en infinidad de casas. Yo asiento, como si me lo estuviera creyendo, quiero creérmelo, hoy estoy en disposición de aceptar la convención. Ella se ha acercado y toca mi brazo mientras habla. Es rubia, creo que teñida, y muy delgada. Una de las pocas cosas que retengo es que se llama Lea. Me pregunta dónde está el baño. Sé lo índico y ella, mientras se gira, me ordena que me desnude. Entra en el lavabo.
Cuando sale del baño la he obedecido, estoy desnudo, con zapatillas, de pie. Veo como mi boca tiembla cuando se acerca y agarra mi pene –¿vamos a hacerlo aquí cariño o vamos a la habitación?– No puedo hablar, las palabras no brotan, están en mi cabeza, pero no bajan hasta la boca, se pierden por el camino. Hay un tiempo de espera excesivamente largo, tiempo muerto. Cuando suelta mi pene, me pongo en marcha hacia la habitación como si me hubiera quitado el freno de mano. Tengo problemas para estirarme en la cama, finalmente, consigo ponerme bocarriba y la observo mientras se desnuda. Ella busca con la mirada un lugar donde dejar a ropa, de forma entrecortada le digo –déjala en esa silla si quieres–. En ese momento la imagen se detiene y puedo verla, ella está desnuda, su pelo rubio es natural, sus ojos azules, casi verdes. Me fijo en sus pechos, son pequeños, el izquierdo tiene un lunar justo encima del pezón. Sus manos son diminutas, ridículas comparadas con sus largos brazos. Su entrepierna esta rasurada, no sé si por eso sus piernas parecen largas, interminables. Creo que es atractiva. Yo sigo estirado. Ella se estira en la cama a mi lado y vuelve a cogerme el miembro mientras me habla, no sé qué dice, habla en mi lengua, intenta comunicarse conmigo, pero sus palabras son incomprensibles, creo que mi cerebro ha desconectado la parte referida a la comunicación. Tengo una pequeña erección mientras miro el techo. Toco su pecho izquierdo, es duro, dirijo mi otra mano a su vagina, la acaricio. Sorprendido veo como se levanta de la cama mientras me dice, –espera cariño–. Vuelve con su bolso, extrae un preservativo de un envoltorio que después lanza al suelo, pienso en levantarme a recogerlo y tirarlo a la basura, solo lo pienso. Intenta colocar el preservativo en mi pene que ha vuelto a empequeñecer, me incorporo a mirar el resultado, parece que se haya escondido en una bolsa arrugada. Vuelvo a mirar el techo, desconecto completamente de lo que está pasando, veo el polvo acumulado en la lámpara que hay encima de la cama. Creo que mientras tanto ella ha estado intentando activar de nuevo mi sexo, pero no estoy seguro, por si acaso le digo que pare.
En un plano cenital observo como estamos estirados en la cama uno al lado del otro, mirando al techo. En algún momento me ha preguntado si no le gusto; creo que le he contestado que no es eso, que he bebido mucho, que estoy cansado… o algo así. Se levanta de la cama y la veo salir al comedor. Continuo estirado. Poco después me levanto y la sigo. Esta sentada en el sofá, desnuda todavía, mirando una película de DVD. Me siento a su lado mientras ella lee la sinopsis de la película –¿Es buena?–, me pregunta, –sí–, le contesto. Ella me dice –¿de qué va?–.
–De tres amigos, de lo que esta bien y lo que esta mal, de como se enfrenta cada uno a su vida.
–¿Pero acaba bien? Yo solo veo películas que acaban bien.
– Sí.
–¿Me la dejas?– Me pregunta mientras se pone en pie. Me veo mirándola, como si la conociera, como si fuera una amiga que ha venido a casa y me pide una película –sí, puedes llevártela–.
Comienza a vestirse, creo que en algún momento me ha preguntado si quería volver a intentarlo, aunque no lo recuerdo bien. Observo el lento proceso, o por lo menos a mí me lo parece, de su marcha.
Una vez vestida, de nuevo con la falda muy corta, la camisa blanca limpia pero gastada y el ridículamente pequeño bolso, me recuerda que he de pagar. Cojo la cartera del pantalón que hay tirado en el suelo, la abro y le enseño el dinero, como si le dijera, “cógelo tú”. Cuenta el dinero, se guarda una parte, pone el resto de nuevo en la cartera y me dice, –llámame cuando quieras, cariño.
–¿Pero tú me quieres Lea?
–Tu me pagas, yo te quiero.
Se gira, abre la puerta y comienza a bajar las escaleras.
Cuando oigo el sonido de la puerta de la calle cerrándose, me dirijo corriendo a la pequeña ventana de la habitación que da a la calle, me asomo y le grito:
–¡Lea!
Se gira y me mira en silencio.
Solo puedo decirle –No te preocupes, hasta ahora todo va bien.
Cierro la ventana, me siento en el suelo y comienzo a llorar.