Lo que no nace, no crece

Llegué a Varadero después de hacer el recorrido que todos los turistas hacemos cuando vamos a Cuba, es difícil salirte del circuito marcado aunque tú te hagas la ilusión de conseguirlo. Mi intención era encontrar un hotel de pulserita donde quedarme un par de días después de dos semanas de lluvia y autobuses.

Playa de Varadero

Entre en una agencia de viajes y una señora me atendió con esa amabilidad y cariño con el que te atienden la mayoría de cubanos. Como había que hacer la reserva online, tuvimos ese momento de espera de casi una hora que también caracteriza Cuba, y por supuesto, nos pusimos a hablar.

Ella me pregunto de donde era, yo le dije que de Barcelona, entonces me explicó que hace años a ella la pretendió un señor de Amposta.

Cada año el señor de Amposta viajaba a la isla para verla. Cuando estaba en Amposta, él le enviaba cartas con fotos para mostrarle como era la zona –¿hay mucho arroz allí, verdad?- me pregunto la señora. De esa manera intentaba convencerla que se fuera a vivir con él –Me decía que me llevaría a mí, a mí madre y a mí hermano.

Así estuvieron cinco años hasta que finalmente le dijo que no –ya sabes chico, lo que no nace, no crece-. Poco después conoció al que todavía es su marido, el cocinero de uno de los hoteles de Varadero –23 años llevamos casados, cuando me dio la mano el día que nos presentaron, temblé-. Nunca ha salido de la isla.

Al salir de la agencia me acordé de las mujeres de las que me he enamorado como un señor de Amposta. Os deseo lo mejor a las mujeres que he amado, y también a vuestros cocineros cubanos.

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